El cristiano y El Pecado
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El cristiano y El Pecado



Seguramente lo primero que se nos viene a la mente sobre el título de este artículo, son: las abundantes veces que hemos pecado, o las abundantes veces que nos han dicho “lo que es el pecado”; pero es posible que también muy pocas veces nos hayan descrito o explicado “qué significa pecar”. Sin embargo, el propósito de este artículo es brindar algunas descripciones sobre cómo podemos comprender el pecado dentro de nuestra esfera cotidiana.


Para ello, primero me gustaría que comprendiéramos su etimología. La palabra pecado proviene del griego jamartáno que quiere decir propiamente: errar el blanco, es decir errar, especialmente (moralmente) pecar. La Biblia relata muchos contextos en el que el pecado puede describirse de muchas formas, pero el final es el mismo: alejarnos de Jesucristo y de nosotros mismos. Perder nuestro blanco, nuestra dirección; aquella que va encaminada al amor y voluntad de Dios para nuestras vidas. Aquello que atenta contra la libertad que Jesucristo procuró darnos al morir en la Cruz por nosotros.


El pecado puede ser comprendido desde “el pecado original”, el cual comienza en Adán. Según San Agustín de Hipona, explica que la libertad que Adán tenía era mediada por la gracia que Dios había puesto en él y esto le permitía “decidir pecar o no pecar”; pero cuando comió del fruto la libertad que estaba en él, ya no era parte de la gracia para decir no pecar, sino para seguir pecando y con ello, la gracia que había en él, se había perdido. Es así como también dice lo siguiente: “El resultado de este pecado original, que nos envuelve a todos de tal modo que somos una misma –masa de perdición-, es que estamos sujetos a la muerte, la ignorancia y la concupiscencia… En consecuencia de todo esto, el hombre natural es libre solo en cuanto tiene libertad para pecar. –Siempre, por tanto, gozamos de libre voluntad; pero no siempre esta es buena-.”


En pocas palabras, lo que quiso dar a entender Agustín es que el hombre tiene libertad de decidir, pero debido “al pecado original” este tiene libertad para pecar pero no tiene libertad para no pecar. Por ello, también debemos comprender que no podemos definir el pecado desde la experiencia, no porque la experiencia no sea tomada en cuenta; sino que limitarlo a ella, es encajonarnos en un mundo sin empatía. Aquello que atente contra nuestra integridad y vida, puede ser pecado porque atenta contra nuestra libertad de no seguir pecando. Por lo que Hans Küng dice: “Jesús apunta directamente a la raíz: no solo es asesinato el acto de matar, sino el propio sentimiento de ira; no solo es adulterio el acto de adulterar, sino que basta con el deseo adúltero... Con sus predicaciones y enseñanzas, nunca delimita Jesús el campo dentro del cual se comete pecado y fuera del cual ya no hay miedo de cometerlo, -NO TIENE NINGÚN INTERÉS EN CATALOGAR LOS PECADOS y menos en distinguirlos en menos graves o realmente graves o perdonables o no perdonables. Jesús solo reconoce uno: el pecado contra el Espíritu Santo, es el rechazo de perdón.” Pero es allí, donde el acto misericordioso y lleno de amor cobra sentido: la muerte en la cruz por nuestros pecados es el acto redentor en la vida humana y donde la gracia posa nuevamente. Porque el Espíritu Santo mora en nosotros para no solamente decidir no pecar, sino tener la libertad de no hacerlo.


5 Puesto que Dios ya nos ha hecho justos gracias a la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo. 2 Pues por Cristo hemos podido acercarnos a Dios por medio de la fe, para gozar de su favor, y estamos firmes, y nos gloriamos con la esperanza de tener parte en la gloria de Dios. Rm 5:1-2 DHH.


Colaboradores:

Autor: Sheyla Pimentel

Revisión y Redacción: Jaquelinne Colindres

Diseño y Publicación: Josué Guzmán

Gestión: Deisy Lara


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